Hablando de “Asuntos terminales”, libro de Enrique Garnica

 

/ Raúl Eduardo González

Hace más de diez años que tengo el gusto de conocer personalmente a Enrique Garnica Portillo, hombre bien conocido en Pátzcuaro por su agradable presencia en la Posada Mandala, y quien ha vivido en ese pueblo mágico desde el 2000 los que él llama “años dorados”. Se podrían adivinar de ese tono brillante por el ocaso en que se puede ubicar el momento actual de la existencia de tres cuartos de siglo de Garnica, pero también porque el tiempo en ese lugar le ha prodigado vivencias intensas, una gran actividad memorística y, sobre todo, la oportunidad de desarrollar una importante producción literaria.

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ANIVERSARIO

Pizzas Mandala en Pátzcuaro cumple cinco años de edad. 14 de febrero de 2012  quedará señalado como el día que modificó mi forma de vida. Jamás había elaborado una pizza y aprender significó dedicarle, previamente, tres meses de esfuerzo. Con escasos recursos económicos y modificando el horno de la estufa casera, conseguimos dar a luz nuestro producto que el consenso considera de  sabor exquisito. Las pastas y ensalada fueron menos complicadas; experiencias anteriores me facilitaron el proceso. 

Al principio sólo podíamos hornear dos pizzas a la vez y al aumentar la demanda nos vimos en apuros. Todavía no me explico la paciencia infinita de nuestra clientela que tenía que esperar, algunas veces, más de una hora para recibir su pedido en casa o consumirlo en nuestro saloncito. Ahora tenemos un horno que nos permite elaborar a mayor velocidad y el tiempo de espera se ha reducido considerablemente. Todavía padecemos el pequeño espacio de una cocina que no está diseñada para el uso que le damos. Este problema terminará cuando nos cambiemos de casa, lo cual sucederá en los próximos meses. Ya les haremos saber nuestro domicilio cuando lo sepamos, porque todavía no encuentro el lugar adecuado. Aprovecho para informar que estoy abierto a propuestas y sugerencias de casas en renta.

Deseo recordar a nuestros apreciados clientes y amigos que hacemos pizzas artesanales, entendiendo con esto que no hay métodos para uniformarlas. Cada una de ellas se elabora en forma individual y el consumidor puede imponer lo que su imaginación demande, pero deben saber que hemos analizado la forma equilibrada de combinar ingredientes para realzar el sabor de cada uno de ellos. No está en nuestra política hacer promociones, porque estoy convencido que la mejor promoción es la calidad y el servicio. Estoy consciente de que esto último puede mejorar y en eso trabajamos cotidianamente.

Javier en la cocina con su alegre equipo de trabajo, Juan Luis en el reparto y atendiendo mesas y Enrique en la barra, en la conversación y seleccionandomúsica, hacemos del Mandala un lugar acogedor, con buenas bebidas y deliciosa gastronomía. Recuerda que sin droga alguna, nuestras pizzas son adictivas.

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Tiempo circular

Sombras, media luz, penumbra, humo en los ojos, tintinear de hielos, aliento dulzón provocado por el brandy, pasos apagados en alfombra mullida, tufillo a polvo, conversaciones en murmullo. Herencia en blanco y negro: del cine, del piano. Antiguos románticos dejan estela; estafeta en pentagrama.

La dama con olor a pergamino, sobrevive, se apaga de a poco. Llego temprano para sentarme junto a ella. Ordeno su coñac favorito; le da pequeños sorbos, durará toda la jornada. Aún subyuga con mirada seductora, me arranca un abrazo. Es tan frágil que temo lastimarla. Puedo entender la fascinación que provocó al compositor cuando fue su joven solista. Otilia, veinte años, interpreta: El Concierto Para Piano y Orquesta de Gonzalo Curiel. Vestida de organdí, bucles castaños, corazón carmesí en los labios. El autor, elegante frac, batuta en mano, demuestra orgulloso que compone algo más que boleros. Localidades agotadas en el famoso Teatro Degollado. Pocos artistas lo consiguen.

Esta noche los arpegios de Otilia nos invitan a visitar el mítico pasado. Una pequeña lámpara sobre el piano, otras diseminadas en las escasas mesillas del bar. Se recrea lo que suponemos fue: la bohemia. Buhardillas donde declamaban sus versos nuestros poetas de antaño. Agustín Lara, arrancándose la vida, cigarrillo colgando del labio herido; marcas de quemaduras indelebles en el instrumento adosado a la imagen del genial compositor.

El presente que pronto será el pasado, recrea el pasado que fue presente. Las manos artríticas de Otilia, su voz de terciopelo raído, atisbo de pasiones anteriores que aprendo a compartir. Alcanzo la edad de aquel presente que ya es pasado. Mi proceso de extinción empata con el que vi en Otilia. El tiempo circular, envolvente, hurta la magia, la devuelve.

De baja probabilidad

Semáforo en rojo. Espero tranquilo escuchando a Billie Holliday. Un auto llega a mi costado, misma señal en el radio. Subo el volumen, consigo atraer su atención. Ella se acomoda el cabello agitado por el viento. El cuenco bajo el brazo es un poco más claro que el resto de su tez morena. Mira que miro. Juega a que le molesta, gesto mentiroso de reproche. El largo de sus dedos, el cuello esbelto; me permiten deducir su estatura. Cambia de estación, resuena Vivaldi. La imito, traemos las mismas emisoras programadas. Sonríe sorprendida, no le queda de otra. Decido bajar y acercarme, encontrar la manera de decir algo gracioso, convencerla de dar oportunidad a la circunstancia. Abro la portezuela, demasiado tarde. Semáforo en verde, arranca veloz, desaparece por delante de un colectivo que impide mi paso.

Pátzcuaro sigue siendo pequeño, habré de encontrarla pero perdí la magia. Decido dar vuelta, adentrarme en la Revolución. Me ocupo de las compras. Falta un nombre para evocarla. Pongo en la cajuela los insumos para las pizzas, pastas, la ensalada. No puedo concentrarme, algo dejé. Alguien grita, gentil me trae el celular.

Llego a Mandala. ¡Olvidé rellenar el tanque de gas! Cómo vamos a prender el horno. Ni siquiera bajo del auto, regreso lo más rápido que puedo. Detenido en la gasera veo pasar el bólido rumbo al centro. Imposible darle alcance. Mientras regreso busco de reojo en las bocacalles, nada. Todavía es temprano, tenemos tiempo de conseguir la temperatura para surtir pizzas a las dos de la tarde, como siempre. Bueno, de jueves a domingo que es cuando abrimos.

Les digo a los muchachos que hoy me encargo de los pedidos a domicilio; tengo la esperanza de echarle una mano a la casualidad. Tal vez la encuentre por ahí. Tal vez sea mejor que no, tal vez ya pasó el momento. Por lo pronto atiendo pedidos telefónicos, me alegro de que sean numerosos. Parece que tendremos una semana de intenso trabajo, si comenzamos así.

Empiezan a llegar los comensales, nuestras Pizzas Mandala satisfacen apetitos. Una voz pregunta: ¿Tiene mesa para una sola persona? Le señalo la que está frente a la barra. Sonríe como antes de salir disparada, acomoda el rizo que

cae por su frente, confirmo que el cuenco bajo el brazo es más claro que el resto de su piel morena. Acerté, es alta y delgada. La barra nos separa, se convierte en mi confesionario, ella escucha con interés, al menos eso espero.

 

Quienes me conocen tienen derecho a pensar que estoy inventando lo que acabo de contar y tienen razón. La verdad es que uno de nuestros pizzadictos me platicó la historia y con su permiso la hice mía para entretener al amable lector. Me parece que simplemente informar: Abrimos de jueves a domingo, dos a diez P.M. Tenemos servicio a domicilio, puede ser menos interesante que meterle sazón.

24.09.2016

Trasplante de cerebro

Anoche soñé a Moncho. Murió hace veinte años. Será que vino a festejar tan importante aniversario. Moncho habitó, durante mucho tiempo, el auto inservible detenido fuera de mi casa. Un desengaño amoroso lo puso en esa situación. De él escuché: La residencia del dolor. Así titularé la novela que reescribo una vez más.

            Nos hicimos amigos intercambiando favores. Mi aportación: dinero para la botella, su indispensable compañía. La suya: sabiduría y solidaridad. Ambos con dolencias de amores. Le pasó algo similar a la canción “Cruz de navajas”: turno nocturno, cambio de horario inesperado, encontró a María con compañía. En mi caso: simplemente desapareció sin despedirse; todavía no puedo entenderlo.

Moncho decía necesitar un trasplante de cerebro para despojarse del enojo, o lavar con lejía por dentro del cráneo, ahí, en la residencia del dolor. El corazón es un falso símbolo, afirmaba categórico. Cuantas veces deseamos que fuera posible el intercambio de cerebros. Qué absurdo, me hubiera sido difícil soportar pesares ajenos, si manejé los propios tan mal. Él, debió pensar lo mismo.

            Que idea tan loca sustituir mi cerebro por uno diferente, ya no el de Moncho que ni como rescatarlo. Mejor otro con menos uso. Reciclar archiveros que ya no sirven y volverlos a ocupar con pensamientos útiles. Pero… ¿Sí tiene menos uso porque su memoria Ram es escasa?, ¿Sí tiene pocos bytes? Quedaré atrapado en un laberinto, sin poder encontrar la salida, al perder la capacidad de deducción

            Por qué no contemplar lo contrario. Verlo con autoestima en alto y aspirar al trasplante privilegiado. Un terabyte que ya venga equipado con información versátil y copiosa porque, si se trata de que yo deba proporcionarla, tendría que conservar el disco duro del anterior y este se encuentra bastante deteriorado. He utilizado el mismo espacio para colocar tan diversa información, que es imposible descifrar las letras sobrepuestas.

            Mejor no. Los malos recuerdos están en proceso de extinción. Los buenos… dominan. Quizá se necesita realizar un servicio de mantenimiento para conservarlo vigente, o sea: Hacer cuentas sin usar la calculadora, recurrir a la imaginación para seguir escribiendo estas ocurrencias y especialmente, volver a leer aquello que se ha olvidado, principalmente novelas, y acudir a nuevas lecturas que remuevan el óxido acumulado por la indolencia, y así permitir el acceso a nuevas emociones.

            Si alguien tiene una mejor idea, agradeceré sugerencias de jueves a domingo entre las dos de la tarde y las diez de la noche en Pizzas Mandala. Si sólo se trata de saborear las delicias que ofrecemos al paladar, sin salir de casa, te las llevamos a domicilio.

            Gracias… Enrique

02.06.2016

                                                                                                                                           

Combustión interna

Cuando duermes, todo encaja. Habitas un continente que privilegia sosiego. No consigues definir el entorno ni quienes te rodean. Es irrelevante. Placer adictivo, amnesia hipnótica al volver. Cuenta regresiva, chasquido en el oído que quisieras rechazar. Permaneces en estado letárgico; vano intento de aferrar tu Shangri-La.

Obligada por la rutina, inicias funciones de inercia vital con escaso deseo. Trastabillas hasta el baño. Espejo, primera llamada. Cabello maltrecho, surcos al desnudo. Imagen demolida por el paso del tiempo. Ira en proceso, combustible necesario para abordar actividades cotidianas. Inyectas, bajo la ducha, instancias onerosas del pasado. Método eficaz para irrigar arterias con la substancia del enojo. Llevas mucho tiempo acumulando frustraciones y recordando los orígenes.  

Espejo, segunda llamada. Aplicas con esmero tu disfraz de súperheroína, mientras se abaten los últimos resabios del paraje nocturno. Empastas la máscara con pigmento amenazador; sobrecargas el antifaz. Estás lista para retar al villano en turno. A ver quien osa ponerse frente a tu rodante vestidura de lámina. Buscas a conductores agresivos de transporte colectivo… ninguno responde.

Espejo: tercera llamada… Tocador de Damas. Aquí necesitas diferente embozo. Corriges cosmética, suavizas expresión. Estos trajeados deben sentir tu fuerza de manera diferente. Buenos días: automatismo cotidiano que revuelve el estómago. Colocas frente al imbécil una taza de café, preparado como le gusta. Agradece, cortesía soberbia; sonríes concesiva. De nuevo a cumplir obligaciones propias del empleo. Con errado disimulo te mira los pechos. Usas lencería que les ayuda a lucir. Lo tienes donde quieres. Transparencias de aparente descuido: intencional uso de control hormonal. Nada dejas al azar. Te llama a dictado. Al sentarte muestras las rodillas. Movimientos de silla giratoria, la falda sube. Algo de liguero seca la garganta del tipo. Toma un pañuelo desechable, se lo pasa por el rostro humedecido. Con estupidez masculina se siente galán. Es incapaz de saber que lo estás manipulando. Diez minutos así, sin dejar de moverte, luego se te resbala la hoja de papel. Para levantarla te ves obligada a separar las piernas. Mira a su antojo. Alientas su imaginación cuando se masturbe esta noche, o serás esa impresión en su mente mientras fornica con el esperpento que tiene en casa. La conoces. Sientes compasión despectiva por esa bruta que ya perdió. Un mueble que se alimenta con desperdicios de afecto. Los comparte con ese trío de obesos, igual de ansiosos, ausentes del interés paternal.

           

¿Cómo convertiste la ira en motor de vida? Esa combustión interna cuya válvula de escape desemboca en palabras grotescas de resonancia necesaria. ¿Cuándo se dio ese cambio, si fuiste de risa fácil?

Tienes hijos; grietas en la coraza… jirones de quien los engendró. Ella se te parece, excepto por esa incómoda expresión heredada; aunque genuina, trae al presente falsedades que creíste. Si pide un abrazo, quedas desprotegida. No tiene culpa de su genética, tampoco de infamias filtradas por ese resquicio, ni de aquellas propuestas que aceptaste con entusiasmo. Cuando el primogénito usa las manos para enfatizar, armas la guardia. Así fue que caíste por hondonadas espinosas. Ignoras toda propuesta similar a las del endeble liderazgo del padre.  

Los domingos por la noche regresan plenos de ilusión. Fueron convencidos de algún proyecto que nunca se realizará. Viajar a la costa, los volcanes, algo así. El tipo lo hace cada vez que consigue un nuevo trabajo como vendedor. Dice que la mejor venta es la de sí mismo en la entrevista inicial. Debe ser cierto porque siempre consigue auto nuevo. Ocurre con tal facilidad que no lo cuida, pronto lo trae todo golpeado. El que compraste a tres años de pagos mensuales, como prestación por largo tiempo de servir café y atender las necesidades del imbécil, es pequeño y austero. Los que tu ex estrena con frecuencia son de mejor calidad. Detestas eso y que un fin de semana los ilusione y al siguiente lleguen desencantados; ya lo viviste. Pierde interés por el empleo sin pensar en los problemas que provoca. Ha de suponer que sus hijos se mantienen con esas aportaciones caprichosas, sin ningún orden, mientras te sujetas a la rutina diaria que aborreces. Los chicos olvidan enseguida. Se entrampan en el siguiente plan con ciego entusiasmo. Ellos son el motivo para continuar con esta cotidianidad que apesta. Los tratas mal cuando se le parecen. Te arrepientes demasiado tarde. Atropellas su dignidad y ya tienen edad de irse, será en poco tiempo. Estarán hartos de malos calificativos a gritos. No puedes frenarte. En fin, algo aprenderán de tu fortaleza.

 

Evitas preguntarte si eres justa. Apostaste al aceptar propuestas descabelladas, soñadoras, convincentes pero jamás impuestas. Conoces el libre albedrío para decidir el nicho depositario de tu libertad. Hace mucho, mucho tiempo que pregonas la inutilidad del género masculino y te contradices, porque uno de sus miembros te convenció de seguir sus impulsos vitales, sin finalidad alguna, según su valemadrismo sempiterno. Esperabas que aterrizara en la pista central de la congruencia y permanece volando hasta agotar combustible. No le preocupa dar bandazos. Está seguro de encontrar la ráfaga de viento que lo llevará a una nueva estación de servicio. Recargará energía y querrá llevarte otra vez a la ruta, sin brújula ni equipaje. De nuevo extraviará el camino y te perderás tratando de cobrar ese cheque sin fondos en el banco del equilibrio.

       Prometió mantenerse estable para respaldar tu deseo de volver a estudiar. Por eso la ira. Daña a la prole haciéndole creer que se puede vivir en disipación. Por eso la ira encuentra motivos actuales. El causante desapareció después de fastidiarte la vida. Fue lo único bueno que hizo… desaparecer. No para siempre. Es adicto al maltrato y eso viene bien. Lo llamas algunas veces y acude presto. Cumple funciones de Tungar, recargas la batería. Le haces saber que sólo sirve para tal uso. Te gusta verlo de rodillas, humillado como corresponde a los de su género. Antes de largarlo, usas en tu beneficio su única habilidad. Arregla los desperfectos pretendiendo ganar reconocimiento. Stillson en mano, cespol en la otra, mirada de cachorro satisfecho. Pobres diablos, con què poco se conforman.

 

Llegas a casa, preparas de cenar, esperas un poco. Tardan. Café con leche, dos bizcochos; respiras profundo. Poco a poco se llena la tina. Temperatura perfecta. Quedas desnuda frente al espejo. Cuerpo de nuevo joven. Sonríes mientras pasas crema refrescante por tu rostro, algodón para librarlo de impurezas. Mientras entras al agua escuchas abrir de puerta. Pasos apresurados hasta el otro baño. Nada importa. Dormitas un poco. Despiertas en tu paraíso perdido cada mañana.    

20.04.2016

Mandala

Entro al Mandala y, como siempre, la ineludible campana? chicharra? no, más bien suena como sirena de policía, hace el escándalo acostumbrado para avisarle a Quique que alguien entra. Por mi timidez habitual no deja de hacerme sentir vagamente incómodo. Casi siempre prefiero no llamar  la atención, así que eso de que se anuncie mi llegada con fanfarrias (cabe el optimismo para compensar), no acaba de agradarme.  Incomodidad ligera que termina en cuanto subo los tres escalones, los cuales siempre prefiero a los cinco o seis de tarimas de madera que yacen a un lado del acceso,  prótesis superpuesta para facilitar el tránsito de las muletas. Si son horas en los que no hay clientes saludo  a Enrique a través del cristal de la ventana de su cuarto, pues invariablemente está frente a la computadora u ocupándose de algún menester entre esas cuatro paredes. La certeza  reconforta: sé que ahí estará el amigo y que sin importar lo que esté haciendo, con generosidad, me recibirá. En horas de actividad, casi siempre intensa, estará departiendo con algunos comensales, sirviendo tragos, o girando instrucciones hacia la cocina, que suenan como enumeración de amantes: dos caprichosas, una seductora y una margarita. Conociendo ya la pizzas que ahí se preparan, los sutiles mecanismos cerebrales desatan salivación extra ante la inminente degustación. No es sólo la deliciosa combinación de sabores, también  es la atmósfera íntima, cálida, creada por el propietario del lugar; la seguridad de que a la menor provocación echará mano del mezcal de Etúcuaro, contenido en ánfora con redondeces de mujer, para invitarme un trago.

Vaya sólo o acompañado, me siento en la primer mesa, esa con lugar para la silla de ruedas. Así, entre trago, telefonazo y comanda, Quique teje la filigrana de alguna anécdota. No dejo de sorprenderme pues siempre hay una historia nueva, de entre los cientos de historias. Mientras no sin dificultad dejo a mis glándulas decidir por cuál de las combinaciones  se inclinarán este día, observo los carteles de añejas películas del cine mexicano, que algunas veces disparan temas de conversación. Presume nombres de actores, directores, productores, fechas, vivencias que conducen a otras vivencias, otros personajes: el sobrestante de una construcción civil, el empresario de palenques, el agente viajero, el vendedor de acero. Hay otros temas que nos gusta desmenuzar: la política, la religión, el himno nacional, la literatura. Las mujeres actuales, pasadas, las secretarias, las esposas, las amigas. Con harta frecuencia un trago del buen mezcal conduce a otro; una hora a otra, se van los clientes, se suma un amigo o no, y la tarde pasa (y buena parte de la noche).Me queda la satisfacción del tiempo bien empleado. Hace algunos meses ¿o años? que la guitarra no ha sido protagonista en la tertulia, por la culposa mielina que no conduce mensajes a las manos. No hace falta. Los mensajes llegan nítidos a la gaveta de los recuerdos y al corazón.

21.02.2016

José González Alcocer

Reciclaje

Se dice que recordar es vivir. Para mí es aceptable cuando algún acontecimiento  dispara el obturador. Muestra el renacer del pasado sumergido en el inconsciente. Emociones que la cauta inteligencia resguarda en la cripta del olvido, despiertan de su dilatado letargo cuando el presente lo activa.

           Prosa poética en infinitivos, aderezo de bolero: cursilería intencional que dejo fluir sin autocrítica; advierto a camaradas del prurito creativo para que se ahorren observaciones en ese sentido.

Basta con la mirada, algún estímulo olfativo, para extraer del archivo muerto los objetos de añeja nostalgia y convertirlos en vivencia.

            Así ocurrió la otra tarde. Inclinado bajo la barra preparando sangrías, no te vi. Sólo llegaron tus olores mezclados con humo, igual que hace treinta… cuarenta años. Detuve mi trabajo para buscar de donde fluía la vieja exaltación. Emanaba de una joven con la edad que tenías entonces. Encontré tu mirada resguardada en cuencas profundas. Flama de basalto detrás de pómulos vigilantes. Aquella ira mal disimulada, motor de tu proyecto de vida.

            Espero a que termines tu pizza. Ordeno nuestras copas del tinto habitual en tu mesa y ruedo hacia ti. Burlando mi propia consigna de no fumar en el salón, te ofrezco un cigarrillo. Enciendes dos, como siempre hiciste y pones uno en mi boca… como siempre hiciste. Lo único diferente es que esta persona en donde moras, paladea la vida como al vino, con lentitud y embriaguez distendida.

            Le gustan tus lecturas, permea con tu risa aquella, líquida, un poco irritante que parece boba. No lo es, oculta resentimientos de origen insondable ¡Ay! que palabrota: ¿Indescifrable, inescrutable, incognoscible? Digamos que desconocido; eso es, de origen desconocido. La conversación… contrapunto en el sentido del humor: fresco, optimista. No utiliza sarcasmos. Le satisface su incipiente carrera de actriz. Encontró su vocación a corta edad.

            Hablamos de Proust. Igual que en aquel tiempo, con la boca llena de ignorancia y presunción, confiados en que nadie más escucha. Prescindimos del sabor amable del vino. Degustamos una taza de café y mezcal. La niña-mujer que acompaña mi anochecer… me acaricia la barba. Lamenta, igual que yo, esta sincronización errada del reloj. Nos junta en periodo efímero, longevidad dispar. En un beso te llevas mi aliento. Continuarás recorriendo escenarios, distante al momento de magia que devuelvo al archivo con el membrete: AMNESIA.

Enrique Garnica

11.02.2016

Linda Mujer

Al hombre le gusta participar en todas las áreas del trabajo cinematográfico. Se le conoce como actor y director pero también produce y escribe libretos. Disfruta participar en el casting para elegir a la musa en turno. La primera actriz de la siguiente película, siempre es su musa.

Transcurre 1946; Una Mujer de Oriente ocupa la atención de Juan Rogelio García García, mejor conocido como Juan Orol, gallego avecindado en Cuba. La historia es producto de su imaginación y no encuentra a la ansiada musa que dará vida al peculiar personaje. Han sido examinadas cientos de aspirantes, incluyendo a las consagradas Ninón Sevilla y Mary Esquivel.

Rosa Carmina Riverón Jiménez tiene diez y siete años y la mente ocupada en preparativos para su próximo enlace matrimonial. Acompaña a Juanita, su hermana mayor, que está ilusionada con ser actriz. Ese atardecer caluroso en La Habana cambió el destino de ambas. Rosa Carmina resulta ser la musa esperada. La  transforman en espía de rasgos orientales que el nacido en Pontevedra creó con imaginación desbordada.

La chiquilla de 1.77 de estatura finge ser china y baila rumba en cabaret improbable, rodeada de actores atildados con disfraz de malandrines. El guión dice que tiene pasado misterioso y se dedica al espionaje. Cosas como ésta se le ocurren a Juan Orol, surrealista involuntario. Completa diez y seis películas con la esbelta mujer en el papel estelar. Observen los títulos: Tania, La Mujer Salvaje; Amor Salvaje; En Carne Viva; Sandra, la Mujer De Fuego. Gangsters Contra Charros (1947) se convierte en cinta de culto. A este tipo de engendro artístico se le llamó: Cine de Rumberas. No confundir con el Cine de Ficheras que hizo su arribo unos años después, en plena decadencia de la industria mexicana del cine.

Las inconsistencias narrativas y delirante puesta en escena a cargo de Orol, son tan desmedidas que parecen intencionales, confundiendo el juicio de la crítica internacional.

El nativo de Pontevedra, apenas treinta y dos años mayor y unos centímetros más bajo que su actual descubrimiento, recién se había separado de su musa anterior María Antonieta Pons, sensual rumbera de corta estatura y curvas prominentes. Para quien esto escribe, fueron estas y otras películas de la época, responsables del fervor que sentí por aquel cine. No se había inventado el término Adolescencia y los niñotes de entonces debíamos acceder a la sala de cine en forma clandestina.

Juan Orol prestó a su musa a otros directores. Se lo aberrante que suena el decir que prestó, como si fuera su dueño, pero así se estilaba entonces. Gracias a eso Miguel González Torres la dirigió en varias cintas entre las que destaca. Yo soy mexicano, también conocida como: Linda Mujer, con la participación del  incipiente galán Roberto Cañedo y el famoso villano, con prolongada carrera en Hollywood, Rodofo Acosta.

La película es una de tantas en la longeva trayectoria de Rosa Carmina pero es importante para Pizzas Mandala, porque el cartel publicitario del film decora el muro principal del saloncito en donde nuestra clientela se solaza con el ambiente y las deliciosas pizzas que ofrecemos de jueves a domingo, desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche.

Los esperamos con el deseo de hacerles pasar un rato agradable mientras saborean los alimentos que preparamos con esmero.

Recuerden por favor que es inútil que vengan en otros días y horarios porque, sin duda alguna, estaremos cerrados.

Gracias...

Enrique Garnica

30.01.2016

Despertares

Soy guardameta entre dos árboles y me anotan gol. Al regresar con el balón bajo el brazo, el resto de jugadores ha desaparecido. Contemplo, a la distancia, una larga fila de tobilleras bajo el pretil de la fuente. Con su presencia, las chicas del Anglo Español boicotean el partido que pierde interés. Los gallitos, parados frente a ellas, despliegan su ingenio con humor diferente al acostumbrado. Se empujan y dicen bobadas; me uno sin decoro. Ellas festejan todo. Uniformes escolares holgados esconden, en color magenta, la forma de los cuerpos. No queda más opción que concentrarse en la naricilla insolente de Carlota y los bucles de Teresa. La admiración por Ana y Julieta, que son altas y güeritas, es generalizada. Último en entender que nuevas prioridades desvían el gasto energético, siento opresión en el pecho cuando se marchan.

Sólo hay algo superior… el beisbol. Los vecinos se hartan de encontrar vidrios rotos y pelotas en sus casas, también las nuestras sufren daños. Queda estrictamente prohibida toda actividad que cause deterioro. Nos apasiona tanto nuestro deporte que buscamos opciones. Recuerdo el paraje de Cardiología, lugar  de recientes aventuras infantiles. Campo boscoso con un claro al centro del que nos apropiamos. El trazo del terreno de juego se realiza respetando medidas reglamentarias. Para nuestra sorpresa, acude público femenino. Las chicas cambian el uniforme por crinolina y carmín. Intimida verlas tan mujeres; demasiado arregladas para el terreno polvoso. Urge procurar su comodidad. Piedras y madera desperdigada por ahí; la solución. Pronto están listas las gradas, pintadas y limpias, en donde posarán su linda humanidad. Después del juego, a bailar. Tardeadas en casa de algún miembro del equipo. Para no romper el hechizo, se acude directo del campo. Creo que les gustamos; soportar el aporte de tierra y sudor en mejillas ruborosas… lo confirma.

La fiebre de bates y manoplas prolifera. Jalapa contra Rio de Janeiro es un clásico. Se apuestan pelotas nuevas y el pago del ampáyer, conseguido entre parientes mayores. Los domingos beisboleros adquieren popularidad. Familiares y amigos llevan asientos, sombrillas; aplauden hazañas, organizan porras. No falta quien aporte limonada con hielo. Siempre gano. Aún perdiendo algún encuentro, siempre gano. La idea fue mía, la promoción, el empuje… fueron míos; por eso siempre gano.   Sin saber cómo, me hago cargo del rol de juegos… horarios. Por eso todos voltean a verme cuando no podemos entrar. Un letrero de grandes dimensiones anuncia que en ese terreno se construirá El Centro Médico Nacional. El campo de beisbol ya fue destripado. No tengo solución.

Susurrar de crinolina con el baile ajustado; una mano en el talle, respiración agitada. Aquella emoción del beisbol, encuentra sustituto… la vida continúa. 

Enrique Garnica

21.01.2016

Pasar a mejor vida

El telegrama llegó en mitad de una fiesta familiar. Septuagésimo aniversario del abuelo. La noticia impidió cortar el pastel que ya me saboreaba. Mamá colapsó, todos acudieron en su ayuda. La pequeña hoja de papel giró en el aire y cayó a mis pies: accidente en carretera… alcancé a leer antes de que me lo quitaran. Así de sorpresivo fue el fallecimiento de papá. Inconsolable, la recién viuda fue el centro de atención. Abatimiento general ante la pérdida del hombre tan joven. En el caos, nadie se ocupó de mí. Dejé de ver la muerte en abstracto.  Aprendí el significado de la palabra tragedia; Después de ese día la escuché con frecuencia.

            A mis ocho años todo iba bien. Vivían mis cuatro abuelos y todos los tíos y tías; nada sabía de la muerte. Ante la desaparición de alguna mascota, escuché decir que pasó a mejor vida. Cuando encontré algún pajarillo tieso en el jardín, es que había pasado a mejor vida. Mensaje vago, explicación difusa, hasta ese día en que mi padre cruzó el umbral. 

            Pasar a mejor vida; dolor para quienes quedan. El balcón en el segundo piso parecía una buena posibilidad de pasar a mejor vida; encontrar al que dejaba un vacío en mi corta existencia. Mamá llegó a tiempo de frustrar el intento; sentí que tomó un derecho que no tenía. Ahora agradezco la impositiva disuasión; diferí tanto el encuentro que cada vez estoy menos interesado.

            Nos mudamos de casa, de ciudad. Dejamos atrás parentela numerosa, la pequeña población inolvidable. Dos hijos varones fueron el motivo que mamá arguyó para buscar nuevas expectativas. Así llegamos al departamento frente al parque; ese donde crecimos mi hermano y yo… tantos otros.

 

Sergio, el hijo de un conserje, es zurdo. Lanza el ovoide con precisión. Luis recibe y mueve sus piernas rollizas y velludas a gran velocidad. Nos burlamos porque usa pantalón corto. Le decimos cabellos de zacate, creo que por envidia. Rubio, ojos azules. Sergio y Luis son inseparables. Causa extrañeza; tan diferentes: Luis es alto y Sergio chaparrito; rico y pobre, criollo y mestizo, casi indígena. El señor Luis Núñez los trata por igual. Suertudo Sergio: se alimenta y viste como si fuera de la familia.

Nos empiezan a salir pelos en todas partes, Luis el primero. Duelen las tetillas que se inflaman, no se soporta la ropa. Algo crece allá abajo, comparamos, Sergio gana… tan pequeño que es. Una revista “Bohemia” cae en nuestras manos. Ana Bertha Lepe es cuarto lugar en Miss Universo. Abundan fotos. Nos solazamos tras la cerca de truenos. Traje de baño bermellón resalta su belleza en poses sugestivas. Me gusta como se ve de espaldas. Voltea hacia la cámara para mostrar el perfil, la nariz respingada. Sueño con ella… creo que todos.

 

La Surtidora atiende desde muy temprano. Don Luis Núñez suministra de abarrotes a buen costo y da crédito. Es habitual que las asistentes a la iglesia de enfrente, pasen después a proveerse. Como su nombre lo indica, tiene un amplio surtido en insumos y enseres; anota en su libreta lo que despacha fiado. Con resentimiento ancestral, las deudoras siempre tienen algo que reprocharle. El viejo mal encarado critica abiertamente a las beatas, como les dice. Robusto, barba descuidada, lentes resbalados sobre el puente de la nariz, huele fuerte. Le gusta escandalizar con su ateísmo. Masculla en contra de curas y monjas; dice que la iglesia se aprovecha de tanta ignorancia. Fuma puro todo el tiempo, el local se llena de humo, otro motivo para censurarlo. Las clientas intercambian miradas; no se atreven a enfrentarlo. ¿Y si les cancela el crédito? Esos gachupines que llegan y se apoderan de todo.

Con nosotros cambia de expresión. Los amigos de Luis tenemos acceso a cualquier parte. Ya no, pero antes nos gustaba trepar hasta arriba de los costales encimados que están en la bodega. Siempre nos consiente. Desde los caramelos para el recreo en la primaria, hasta las tortas de pierna adobada que saboreamos ahora, de prisa, entre clases. Los horarios de secundaria son irregulares y apenas nos estamos habituando.

 

El alboroto de los pájaros parece un aplauso estruendoso dedicado al atardecer. Ovación entre ramas despidiendo al último rayo de sol. Cientos de jicotillos revolotean en el parque y muchos mueren al ser pisados. Estropean aguerridos encuentros de futbol. Me causan repugnancia esos bichos aplastados y prefiero la compañía de Sergio y Luis. Estrenan binoculares viendo como se reproducen las lagartijas. Nos los arrebatamos para tener la primicia. Luis no ejerce derecho de propiedad; los prismáticos son de todos. Simulo no escuchar cuando me llaman de casa; el volumen denota impaciencia. Mejor atiendo a mamá; de nuevo interviene para salvarme la vida. Mientras la escucho protestar por el retraso en atender su llamado, llega el tronido. Nadie pudo prever que el enorme pino perdiera una gruesa rama. Partió la cabeza de Luis; murió en el instante. Sergio sobrevivió al impacto. Unas costillas rotas y el brazo de lanzar… fracturado.  

Dios en su inmensa sabiduría sabe lo que hace, dicen las plañideras en el velorio. Castigo divino por hereje, acusan irresponsablemente. A los afligidos padres del difunto les abandonan las fuerzas para impedir su presencia. Don Luis Núñez decide cerrar la Surtidora. No quiso volver a escuchar a las beatas diciendo que el fallecido, por culpa de los vientos encontrados de febrero, había pasado a mejor vida.

 

Regreso a clases después de las vacaciones invernales. Nadie se atreve a ocupar el lugar de Luis, cercano al mío. Extraño su complicidad, a Sergio que aún no se repone. Los demás se van habituando. Comienzan las lluvias, aparecen sapos. Costó trabajo pero atrapé uno, grande y resbaloso. El maestro de biología realiza la disección. Pobre animalito sacrificado; corazón expuesto latiendo hasta detenerse. Otro trajo un conejo, le aplican cloroformo, deja de patear. Vemos cómo es por dentro. Entendí de diferencias anatómicas, funciones vitales. Sesuda reflexión del mentor: No somos tan distintos. Oler la sangre me desvaneció.

 

Mi padre sostiene su propio corazón que pretende saltar por el boquete del pecho; Luis se soporta la cabeza con ambas manos; evita que el cráneo partido caiga dividido en gajos. Conversamos en el parque; recibo explicaciones acerca de esa mejor vida a la que pasaron.

Enrique Garnica

15.01.2016

 

Bartolo toca la flauta

 

La curiosidad que despierta el cartel de “El burro que tocó la flauta”, en quienes visitan Pizzas Mandala, me llevó a investigar sus orígenes. Fue diseñado para publicitar la película realizada en 1945 y cuyo título original fue “Bartolo toca la flauta”. La historia se desarrolla en una pequeña población de Michoacán (que bien podría ser el Pátzcuaro de entonces) y cuenta que un joven apocado y tímido  llamado Bartolo, pasa el día tocando la flauta. Los otros muchachos, instigados por algunos adultos, abusan de él (cometen Bulling, se diría en estos tiempos). Su Dulcinea, chica también atarantada, sufre de acoso por los mismos rufianes. Eso le provoca manifestar valentía y el amor es justo premio.

            Esta cinta de argumento sencillo fue producida para aprovechar el reciente éxito de aquel entonces: ”La vida inútil de Pito Pérez”, basada en la novela del oriundo de Cotija, José Rubén Romero. Con este singular personaje (se dice que inspirado en sucesos reales ocurridos en Santa Clara del Cobre), Manuel Medel alcanzó la cumbre de una carrera cinematográfica que había iniciado con éxito al lado de Mario Moreno en: “Así es mi tierra” estelarizada por Jorge Negrete. Siguió “Águila o Sol”, en donde ambos lucieron su gran capacidad histriónica que había iniciado en el Teatro Politeama, elegante nombre para esa carpa en que recrearon a los personajes: “Mamerto y Cantinflas”. Este último, como todos sabemos, fue seudónimo que alcanzó fama mundial.

            El director Contreras Torres utilizó en Bartolo.., al mismo elenco de …Pito Pérez, con la ilusoria esperanza de conseguir iguales beneficios de taquilla, ofendiendo de esa manera a la inteligencia del espectador. 

            Manuel Medel conservó, a lo largo de su carrera, el aspecto desaliñado de siempre y justo sería que fuera tan reconocido como su compañero de andanzas.

A propósito del tema, agrego un cuento corto de Augusto Monterroso:

El burro y la flauta

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.

Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.

A la cada vez más numerosa clientela de Pizzas Mandala, le recuerdo que el servicio es de jueves a domingo, de dos de la tarde a diez de la noche. Lamento el desencanto gastronómico de quienes vienen en días y horarios distintos a los mencionados.

Los espero pronto.

 

Enrique Garnica

07.01.2016

Cleopatra y Theda Bara

Cleopatra fue la última reina del Antiguo Egipto, unas cuantas décadas antes del arribo de Cristo. Diez y seis siglos después, William Shakespeare escribió Marco Antonio y Cleopatra, ofreciendo así su versión acerca de la atribulada relación entre estos personajes históricos.

Los Estudios Fox en Hollywood realizaron la primera versión de Cleopatra, película basada en la obra del prestigiado dramaturgo inglés; con Theda Bara, la sensual vampiresa del cine mudo, en el papel de la bella emperatriz.

El vestuario utilizado por Theda, costoso y atrevido provocó que, después de cierto tiempo, la película fuera prohibida y destruidas las copias. Sólo dos fueron rescatadas por la producción, para perderse después en el incendio de los mencionados Estudios Fox. Quedan algunos fragmentos custodiados por El Museo de Arte Moderno de Nueva York. Otra interpretación juzgada como inmoral de la controvertida actriz fue Salomé, también desaparecida misteriosamente.

Ante la imposibilidad de ver el film, no tengo punto de referencia para hacer la crítica y me remito a las fotografías de Theda Bara que aparecen en internet para constatar su ingenua sensualidad, si comparamos con los giros de expresión corporal que se estila en estos tiempos.

El interés que tengo en el tema, surge a partir de las innumerables muestras de curiosidad que despierta en la clientela de Pizzas Mandala, el cartel publicitario que decora uno de nuestros muros y que aquí pongo a su consideración.

Queda abierta la invitación a quienes gustan de nuestro estilo decorativo (y a quienes no también), para que asistan de jueves a domingo desde las dos de la tarde a deleitarse con pizzas, pastas y ensalada. Prometo que volverán.

Este jueves invito los mezcales porque pintamos y redecoramos.

Enrique Garnica

01.12.2015

Mi joven padre

Este día, al percibir los aromas que llegan de la cocina, me toma por sorpresa el recuerdo de la última vez que lo vi. Yo tenía ocho años, él era un viejo de casi cuarenta. En aquella ocasión asistí, por primera vez, a una deliciosa fonda en la carretera. Apenas amanecía y asaban chiles para preparar la salsa, por eso el olor similar al de ahora. Ese sentido, como el del sabor, remite a sorpresivos asaltos de memoria que han dejado huella, aunque permanecen escondidos en el laberinto del cerebro sin tener conciencia de ello.

Cómo cambia la percepción de longevidad. Si ahora lo mirara entrar, con aquel paso ligero, figura atlética y esbelta, solicitando servicio después de ocupar la mesa junto a la barra, le ofrecería la carta a un hombre joven y en plenitud.

¿Cuál de nuestras pizzas sería su favorita? Intuyo que le gustaban los sabores fuertes, como a mí. La Intensa tal vez, ajo con champiñones, combinación que se disfruta mejor con una copa de vino. ¿Le gustaría el vino? Sólo lo vi tomar cerveza, clara como el anuncio de la rubia. Usaba aquellas copas con forma de alcatraz, me dejaba el remanente en la botella.

Antes de aquel día comimos tacos de carnitas, otro agasajo de fuerte sabor. La Mexicana Plus sería mi ofrecimiento. Chorizo con carne asada y chile jalapeño, es lo más cercano al antojo placero.

Pasaron casi setenta años desde aquella despedida. La última imagen de mi padre, es agitando la mano por la ventanilla de su camión de carga para decir adiós. Prometió volver en quince días. Dicen que se quedó dormido al volante y nunca volví a verlo.

El pequeño de entonces sufrió la pérdida. El viejo de ahora se conforta con renacerlo en la evocación.

Te esperamos de jueves a domingo desde las dos de la tarde.

Servicio a domicilio: 342 41 76

Enrique Garnica

10.12.2015

Máscara Pilosa

El hombre quedó satisfecho. Para empezar: ensalada nicoise, individual, claro está. Luego acompañó su pasta al ajo y crema con una copa de Merlot y pidió otra para maridar con una chica Seductora. Seductora es el nombre de la pizza, el tipo llegó solo. Mirada somnolienta, alza las cejas interrogante. Le ofrezco café y mezcal para la sobremesa. Lo acompaño con lo mismo. Hace poco descubrí que me gusta esa combinación. Se asombra cuando digo mi edad, comento que la barba rejuvenece. Calculo que le llevo por ahí de diez años, dice que menos. Estamos de acuerdo, a esta edad la barba oculta arrugas, papada. Disfraza de intelectualidad, por lo menos algunas se lo creen.

Hablamos de mujeres. A los dos nos gusta gustarles, atrapar el salvoconducto de una mirada. Jugamos con esa ilusión, ahora transitoria. Un segundo mezcal, sin café esta vez. Le develo mi experiencia reciente, la bebida raspa el recuerdo. Sacudo la cabeza alejando el pesar.

            Algo bueno sucede por ser longevo, puede darse vuelta a la hoja con fácil resignación; digo al otro barbón. Cuenta su historia…

            De nuevo estoy de acuerdo. Además de viejos somos antiguos. Suponemos que tender la capa para evitar la caída de una dama… engrandece. Ella pisa sin una pizca de afecto, haciéndote sentir que daba igual sobre quién asentar sus lindos pies. Al nuevo amigo las facciones se le escurren cuando reflexiona.

            El tercer mezcal, empujón al ánimo. Cuento mis cosas, me pongo filosófico. Le recuerdo la frase de Scalett O’hara en “Lo que el viento se llevó”: Mañana será otro día. Algo te dejó, comento; pretexto para esta conversación de sobremesa. Ríe con ganas, las comisuras le suben, apuntan hacia el cielo. Pide la cuenta, le recuerdo que abrimos de jueves a domingo desde las dos de la tarde.

            Se retira silbando…

Enrique Garnica

25.11.2015

Las redes

Cada semana pretendo escribir un pequeño texto con la finalidad de promocionar Pizzas Mandala. Simplemente informar que abrimos de jueves a domingo desde las dos de la tarde y mencionar nuestras pizzas, pastas y ensalada, puede pasar desapercibido entre tantos anuncios que aparecen en las redes. Por lo tanto procuro aderezarlo con cierta dosis de sazón creativa. Eso conlleva azuzar el corcel de la imaginación con el riesgo inherente de que pueda desbocarse y, a mí, me gusta un buen trote duradero. Lo contrario arrasa con las ideas y por eso dejo de expresarme algunas veces.

            Pertenezco a la generación anterior al desarrollo de la computación y he tenido que realizar supremo esfuerzo para alcanzar una embarrada de cómo utilizar las redes, entender el lenguaje subordinado al inglés, observar con atención la pantalla completa para encontrar el ícono que me lleve al paraíso escondido que busco, publicar en Facebook y saber que puedo cancelar o editar lo publicado. Si… ya sé que mueven a risa mis orgullosas presunciones, pero tengo 76 añitos y mis andares me llevaron por rutas tan dispares que no me imaginé estar sentado frente a este aparato, descifrando la combinación de una caja fuerte para extraerle información cibernética, cuando hace muchos ayeres fui empresario de un palenque de gallos de pelea, o sobrestante en la construcción de puentes en plena selva. Más chaval, beisbolista frustrado y boxeador retirado prematuramente, porque reflexioné a tiempo en el riesgo de zangolotear el cerebro y deteriorar las pocas neuronas que me funcionan bien.

            Eché a caminar este negocito de las pizzas hace casi cuatro años y quienes las degustan dicen que son de lo mejor, yo también pero soy juez y parte y eso invalida tal aseveración así que si no las conoces pruébalas y si ya te volviste adicto al sabor, escribe un comentario en nuestra página www.posadamandala.com  en cualquiera de las pestañas: “Rincón literario”  o “Pizzería”.

            A mis contemporáneos invito a vivir este día como si fuera el último: despreocupados y en paz; amorosos, conciliados... sin la viruta detrás. A ellos y todos los demás invito también a la aventura de poner entre boca y estómago las delicias que sólo pueden probar en Mandala. Recuerda... también tenemos servicio a domicilio.

Enrique Garnica

19.11.2015

Los días de muertos

Cada vez que se aproximan estos días, recuerdo a María Luisa. Cuando ya no estaba, estaba Isaac para mantenerla viva; imposible olvidarla en su presencia. El viejo la mencionaba en cualquier giro de conversación. A veces aburría por repetir las citas pero, al final, resultaba  conmovedor el discurso nostálgico. Cuando los conocí no me gustaba la forma en que Isaac le hablaba, un poco rasposa, pero debe de haber existido algún metalenguaje entre ellos, indescifrable para mí, porque La Puga se refería a él como: MI  HOMBRE. Caray, nunca he conseguido que alguna mujer me diga… mi hombre. Y no es anhelo machista, al menos no conscientemente, aunque con mi educación religiosa de la infancia… imposible saberlo.

Los días de muertos me recuerdan a María Luisa porque al año siguiente de su fallecimiento, Sergio Navarro tuvo la idea de hacerle un altar. ¡Ni siquiera la conoció! Recién había llegado a Pátzcuaro y después de escucharnos, a los amigos todos, hablar de la maestra, emprendió la tarea de recopilar información, y fotografías que colocamos, a manera de homenaje, en el mencionado altar. No recuerdo si fue así como Sergio entró en contacto con Isaac, pero sí que el viejo Levín se sorprendió en silencio, sonrisa complacida, ante el atinado concepto de mi carnal sinaloense. Debo reconocerlo, me unté un poco de protagonismo y eso que sólo proporcioné el espacio.

El amigo Isaac Levín falleció el año pasado. Que a eso estamos destinados los viejos, verdad de perogrullo. Pero incomoda la sensación de que pronto retomaría esos relatos cortos tan precisos y emotivos, que ahora pertenecen al Departamento de Asuntos Truncos. Tal vez estará tallereando esquelas y epitafios a manera de paliativo.

Nunca le agradeceré lo suficiente, haber financiado mi modesto libro de cuentos. A falta de altar le ofrendo estas letras como un resello de reconocimiento.

La presentación en Pátzcuaro de, “El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín”, libro parido por Karla González Díaz y Cruz Alberto Gonzàlez, los amigos del Centro de Lectura Francisco Elizalde  del Centro Regional de las Artes de Michoacán, probablemente será en Mandala, si el diablo no mete la cola, en fecha próxima.

Si tal cosa sucede entre jueves y domingo, que es cuando abrimos la pizzería, me comeré una Intensa (ajo con champiñones), que tanto le gustaba al judío narizón que se resiste a dejar mi memoria.

Enrique Garnica

30.10.2015